miércoles, 3 de octubre de 2012

Reflexiones Sobre la Defensa Personal II


QUÉ ENTRENAMOS 

Por Javier Fernández-Bravo del Prado
Director Técnico Club Shotokan-Ciudad Real

Continuando con las reflexiones que he querido compartir con los lectores de esta publicación, pretendo ahora ahondar en cada uno de los factores que, en mi opinión, tienen mayor incidencia para determinar si la disciplina que practicamos es más o menos válida para aplicarse en el ámbito de la defensa personal.  En este caso, abordaremos el ¿QUÉ ENTRENAMOS?

Para facilitar la comprensión de este punto, debemos partir del concepto mismo de defensa personal. Para mi no es una arte, no es una modalidad deportiva, no es una ciencia; es una disciplina que pretende desarrollar la capacidad de utilizar todos los recursos a nuestro alcance para salvaguardar nuestra integridad personal, la de nuestros allegados y nuestros bienes. Yo concibo la defensa personal como una materia de naturaleza ecléctica que requiere del estudio y práctica de situaciones ambientales y psicológicas específicas que quedan al margen de la ortodoxia de la mayoría de la artes marciales.

Se define el entrenamiento como un proceso sistemático que trata de mejorar nuestro rendimiento, nuestras prestaciones, a través la práctica con las habilidades y destrezas técnicas que componen nuestra modalidad, de tal forma que el uso de estas herramientas sea natural en nosotros. Como señalé en el número anterior, en el ámbito de la defensa personal, el entrenamiento debe integrar los aspectos fisiológico,  técnico y psicológico, con el fin último de alcanzar el mayor grado de eficacia posible. Por lo tanto, si este es nuestro objetivo, no nos vale cualquier tipo de entrenamiento, hemos de tener en cuenta que si entrenamos carrera seremos buenos corriendo; si hacemos meditación, desarrollaremos una conciencia más clara de nosotros mismos; si leemos libros, tendremos un gran conocimiento teórico; si hacemos combate deportivo seremos buenos en eso, pero ninguno de estos aspectos supondrá un mejora en lo que realmente nos interesa: nuestra capacidad para repeler un ataque real. Por todo ello,  nuestro adiestramiento  debe atenerse al principio de especificidad, es decir,  necesitamos reproducir y practicar asíduamente y con la mayor fidelidad los casos y contextos más comunes y en las que se produce situaciones que requieren verdaderamente el empleo de estas habilidades.
Nuestra meta no debe ser adquirir un conocimiento general y superfluo de muchas cosas, al contrario, atendiendo al irrenunciable postulado de eficacia: “es bueno lo que sirve y es preferible lo que mejor me sirve”. De esta manera, nos resultará mucho más operativo el dominio de un selecto conjunto de técnicas sencillas, de fácil ejecución, que no requieran grandes capacidades físicas. Hay que huir de las acciones muy bonitas y enrevesadas en favor de lo práctico. Aunque no dudo de forma individualizada es posible ser fieles a un único arte marcial y ser eficientes, la defensa personal se vale no solo de todas las armas naturales de nuestro cuerpo, sino que abarca el uso de cada uno de  los recursos a nuestro alcance, entre los que se incluyen los útiles de fortuna: bolsos, llaves, palos, cinturones, tierra,  espráis… y cualquier otro objeto o elemento ambiental que pueda sernos aprovechable para nuestra finalidad de autodefensa. Un  adiestramiento integral debe cubrir todos aspectos y será más adecuado cuento más atención preste a los mismos.


“Podemos ser  muchas cosas, pero sólo somos lo que entrenamos”