lunes, 4 de febrero de 2013

Reflexiones sobre Defensa Personal VI


Esta entrega pone fin a la serie de artículos  que a lo largo de los últimos meses he incluido en este medio sin mayor pretensión que animar a nuestros seguidores a reflexionar sobre lo qué es la defensa personal, su propósito  y los aspectos que la caracterizan. Para incitar a esta reflexión, he recurrido a la formulación de una serie de preguntas a las que yo mismo, el lector debe juzgar si con mayor o menor acierto, he tratado de responder desde mi visión y experiencia personal en esta disciplina. De este modo, el qué, cómo, para qué y cuánto entrenamos se han convertido en los elementos sobre los que se ha vertebrado este pequeño ensayo.

No podemos obviar que una cosa es el entrenamiento y otra la puesta en práctica. Ésta se produce en contextos de verdadero peligro en los que la preparación física y el entrenamiento técnico no son concluyentes para establecer la capacidad de respuesta de un sujeto. En estas situaciones debemos afrontar y superar no sólo la amenaza real que representa nuestro agresor, sino también una serie de retos u obstáculos internos de génesis emocional como miedo, frustración, ira, cansancio, dolor… que pueden provocar que una persona bien entrenada actúe como un individuo indeciso e ineficaz y su capacidad para producir una respuesta coherente se vea notablemente disminuida. 

En consecuencia, un entrenamiento adecuado debe ser integral y tener en cuenta que junto a los elementos antes expuestos coexisten otros factores de naturaleza psicológica, tan importantes como la preparación física y técnica (si no más), que  determinan nuestra aptitud para encarar situaciones catalogadas como propias del ámbito de la defensa personal y abarcar tanto la preparación física y técnica como la psicológica. Este artículo se centra en el aspecto.

Factores psicológicos de la defensa personal.

La personalidad de un individuo es un aspecto determinante de la conducta y por consiguiente de sus reacciones. La personalidad es entendida como una mezcla de factores temperamentales (definidos genéticamente) y caracterológicos (definidos por el ambiente) que puede resultar decisiva, entre otros ámbitos, en su capacidad para la autodefensa.  Hay rasgos de la personalidad que  intervienen en la respuesta que damos a las diferentes situaciones que, a priori, podemos considerar como favorables en contraposición a otros negativos. Por ejemplo: sosegado vs ansioso; seguro vs inseguro; analítico vs irreflexivo; colérico vs calmado; histérico vs flemático.

El contexto espacio-temporal en el que suceden los hechos. A diferencia del lugar de entrenamiento, que podemos catalogar como un espacio amable al que acudimos de forma voluntaria y predispuestos física y mentalmente, las agresiones o acciones que ponen en riesgo nuestra seguridad suelen ser sobrevenidas y acontecen normalmente en un medio neutro, en el mejor de los casos, u hostil, con una gran variable de circunstancias ambientales que mayoritariamente escapan a nuestro control y que incrementan la dificultad para resolver la situación. No es lo mismo un sitio cerrado que un sitio abierto; un espacio privado que un espacio público; es diferente una escena de lucha individual que una reyerta múltiple; tampoco es lo mismo que los hechos se produzcan en presencia de gente o no; otro condicionante que puede ser reactivo o inhibidor es la presencia de nuestros familiares o amigos. 

La percepción y valoración del peligro es una cualidad subjetiva que depende, entre otros aspectos, de las experiencias anteriores, los valores individuales o el estado emocional del sujeto. Los mecanismos de identificación, interiorización y reacción ante el peligro se fundamentan en aspectos como la novedad o la cotidianidad de dicho trance. En otras palabras, una persona acostumbrada a trabajar con una amenaza (como pueden ser los miembros de los cuerpos de seguridad) lo acepta como una situación de normalidad, puesto que su valoración del riesgo es muy inferior a la que realizaría una persona no habituada a ese tipo de situaciones.

El miedo y la ansiedad son reacciones normales vinculadas al instinto de conservación y que actúan como una alarma ante escenarios que identificamos como amenazantes para nuestra integridad.  Reconocemos un peligro y nos ponemos en un estado de máxima atención, agudizamos los sentidos, nos mantenemos alerta y nos prepara para la lucha. Si el miedo no alcanza un cierto grado de excitación, disminuye nuestro estado de alarma y consecuentemente nuestra capacidad de reacción. En el polo opuesto, el miedo incontrolable deja de protegernos y nos bloquea e impide una actuación apropiada.
El individuo no actúa sólo en función de lo que sabe o puede hacer; su conducta al decidir qué hacer también responde a la valoración de las consecuencias que sus actos tienen para consigo mismo y para con los demás en correspondencia con la magnitud de los riesgos y las implicaciones sociales que estos suponen. Una conducta no patológica se rige por los principios normativos y morales que son comunes en su sociedad.

La mayoría de nuestras limitaciones se encuentran en nuestra mente, por eso, en situaciones muy adversas, el carácter del individuo, su actitud personal, su determinación para resistir en la lucha y superar las dificultades hasta alcanzar lo deseado, sus experiencias previas, su capacidad agónica y para soportar el dolor, su nivel de autoestima y autoconfianza… en definitiva,  la voluntad del sujeto por sobrevivir puede resultar decisiva.  



En conclusión:
  • La defensa personal no es un deporte ni un arte marcial, sino una disciplina compleja y ecléctica con un fin en sí misma: la autoprotección.
  • Para alcanzar sus objetivos de vale de todos los recursos dsiponibles, desde la lucha a manos desnudas, el uso de armas o la utilización de cualquier objeto a nuestro alcance.
  • La defensa personal se nutre de las aportaciones de las artes marciales y deportes de combate, con las que comparte fundamentos y principios.
  • En el campo de la defensa personal, no hay ningún método que garantice el éxito, pero el entrenamiento específico nos proporciona herramientas que nos hacen potencialmente más eficaces y aumentan la confianza y seguridad en nosotros mismos. 
  • El adiestramiento es eficiente cuando es sistematizado y se ajusta a las necesidades de cada individuo.
  • El entrenamiento técnico y un cierto nivel de preparación física son elementos necesarios para alcanzar el mayor grado de eficacia, pero no suficientes por sí mismas. 
  • Nuestras capacidades técnica y física se encuentran en estrecha interdependencia con los factores personales, subjetivos, emocionales y situacionales que pueden intervenir en cada uno de los momentos de la lucha actuando favorable o negativamente en nuestras reacciones. 
  • La mejor medida de defensa personal es la prevención.